La Boina irrumpe en los relatos históricos desde una raíz campesina y proletaria, desvestida de todo privilegio, con la extraordinaria fuerza y fascinación que da la sencillez, la honestidad y la irreverencia. Estuvo presente durante la Revolución Francesa, en la toma de La Bastilla, y en la redacción de la primera constitución. Fue usada por los Bolcheviques de la Revolución de Octubre y se convirtió en accesorio de diferentes movimientos revolucionarios y de liberación nacional de América Latina y el Caribe. Ejemplo emblemático de ello es la inmortal fotografía del “Che” Guevara, realizada por Alberto Korda.
En Venezuela, la Boina ha estado ligada a posturas antiimperialistas, como la sostenida por la Generación del 28 con el resurgimiento de una Federación Estudiantil antigomecista. Aparece así mismo en la letra del Himno de la Universidad Central de Venezuela, escrito en los años 40 por Luis Pastori y Tomás Alfaro Calatrava, quienes quisieron conservar el espíritu insurgente del estudiantado critico al escribir que el mundo universitario debe ser un: “mundo de azules boinas”, acotación que sigue siendo sensible, aun y cuando el llamado al campesino, al marinero y al miliciano, retumbe contra las formalidades de un protocolo en el cual, todavía hoy en el siglo XXI, estudiantes, profesores, investigadores y directivos de esa institución, conservan para sí la coronación de sus talentos mediante el vetusto aditamento del birrete de la era medieval.
Sin embargo su mayor impacto en la iconografía venezolana fue cuando a primeras horas del 4 de febrero de 1992, aparece ante las cámaras de televisión, en uniforme de paracaidista y boina, el jefe máximo de una rebelión que cambiaria los destinos del país, asumiendo la responsabilidad absoluta de un movimiento bolivariano revolucionario inspirado en el pensamiento de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora.
En la Universidad Bolivariana, la boina, en oposición al tradicional birrete, es asumida como un símbolo de ruptura con el claustro académico y con el paradigma de dominación, reproducción, indiferencia y exclusión, reinante en las universidades tradicionales.
El birrete en cambio se usó desde la Edad Media como pieza ornamental de un atuendo de lujo, que se definió como traje académico universitario, imponiendo indirectamente con ello los honores, privilegios y excepciones de que gozarían los doctores, los de grandes cargos y de alto estatus social. Era pues el birrete, una designación laudatoria que permitía declarar públicamente el éxito obtenido por un intelectual: blanco, hijo de legítimo matrimonio, descendiente de viejos cristianos practicantes, limpio de toda mala raza y sin tacha inquisitorial por infamia o inmoralidad personal o familiar, que ha culminado formación dentro de un sistema elitésco y mutilante del ingenio, en el que no tenían cabida negros, aborígenes, mulatos, ni zambos: tampoco alternativas, innovaciones, ciencia, dudas, o preguntas; ni mucho menos, zonas distantes y primitivas, ajenas a las cortes o metrópolis.
Por lo anterior nos identificamos con la boina como símbolo de vanguardismo popular y como fuerza transformadora y revolucionaria basada en un trabajo intelectual con sentido social y de desarrollo humano.
Es así como en nuestros actos de grado y ceremonias, la usamos con orgullo como modo de que se perpetué mediante esos rituales en la memoria de cada uno de nosotros, nuestra adhesión a estos principios y la ardiente consagración de nuestra vida a los más elevados ideales de libertad, aceptación, tolerancia y justicia social.
Nos identificamos pues, los miembros de la comunidad ubevista con nuestras boinas, lo mismo que en una época muy antigua, lo hacían con el gorro frigio los esclavos libertos del Imperio Romano, pero con una diferencia sustancial: aquellos, eran liberados por sus amos, mientras que nosotros, con nuestro estudio, trabajo y compromiso, actuamos por nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario